Cést la vie, mon ami

“C’EST LA VIE, MON AMI”

Cést la vie, mon ami

Se me fue, mi amigo Juan y como diría él: “C‘est la vie“.

Intento a mi edad, pecar de reservado, más que de hablador, pero hoy no lo consigo mon ami. Me pongo de pie para expresar mi pésame a tu familia. Es un homenaje póstumo con los sentimientos que me evocan tu recuerdo.

Jugador de baloncesto, metió más canastas a la vida que, balones en la red. Se curtió como empresario en las noches de la Costa y de la jet set de los 70, en ambientes de moda y con “niños Papá”. No se preocupó por su futuro, porque tenía mucho presente.

Le gustaban “casi” todas las mujeres, regalarles una flor, brindarles una canción, y actuar de caballero. Mil anécdotas me contó para que escribiera su biografía.

El muy cachondo, llamo Dandi a su perro, porque se acordaba de mí. Desde entonces uso el negro en mis vestimentas sociales.

El empresario de “disco-ambiente”, dio un cambalache a Marruecos, para trabajar como patrón en una fábrica de pimientos. Supo trabajar en aquella época y disfrutar de la vida, usando para ello su alma, y su cuerpo entero.

Por su dotación corporal, siempre tuvo alta la autoestima. Me pidió que le llevase a la Facultad para donar su cuerpo a la ciencia, y como el que va a donar sangre y le regalan la merienda, después de suscribirnos al Departamento de Anatomía, nos fuimos a comer porque se lo merecía.

Puso todo su empeño en no dejar herencia, pero sí un legado plagado de sabiduría.

Conocedor de que, la vida no se compra con dinero, pagaba con su “don”, su elegancia y su arte cuando con él me reunía.

Como en el poema de Li Ti (Harry Martinson), Juan llevaba en sus bolsillos, dos monedas, una con la que compraba pan, como alimento y la otra para comprar una flor, como símbolo para vivirla.

Hay quienes no saben qué hacer con su vida, pero Juan si con la suya. La aprendió tomando un jarabe que en sus instrucciones decía: “Agítese antes de usarse” y con persistencia se tomó con gran interés lo de beberse la vida.

Senderista de fondo, compartió conmigo trozos de su biografía, y el de la Hermita de Cartama, donde iré a ponerle una vela. Hacía tiempo que el estómago le rugía, pero, yo esperaba brindar con él dentro de unos días.

Generoso y liberal, ofrecía su casa y cuanto tenía. Ahora que tiene menos, se las arregla todavía para invitar a su “familia” en su penúltimo día, y como en el mejor de los epitafios le ha dejado al panadero un cartel donde decía: “De momento, no es necesario que me deje el pan para estos días.

D.E.P.