Bilbao

Hace unos días tuve ocasión de pasar unos días en Bilbao participando en el XLIII Congreso Nacional de Reumatología. Una ciudad cambiada en su estructura y sus gentes. En sus comicios tuve ocasión de visitar algunos stands de la industria farmacéutica en donde se mostraba la última tecnología robótica y de visión tridimensional adaptada a la Reumatología. En uno de estas instalaciones, figuraba la leyenda “Tu paso deja huella”, que me ha hecho recordar mi anterior visita a Bilbao y que comparto con vosotros.

Hace unos 25 años, y por motivos profesionales visité por primera vez Bilbao. Se iniciaba por aquel entonces (1993) la construcción del Museo Guggenheim en una curva del antiguo muelle de uso portuario. Era una época marcada aún por los asesinatos de ETA, los GAL y donde los vascos recelaban de cualquier foráneo. A los emigrantes les llamaban “coreanos”, me comentaba un taxista hace años.

Nos alojábamos en el hotel Ercilla, un hotel en pleno centro de la ciudad, rodeado de restaurantes, comercios y lugares para codearse. En las habitaciones de este Hotel, 10 años antes se urdieron los asesinatos de la guerra sucia contra ETA por el subcomisario Amedo. Su discoteca estaba ambientada con una barra de madera de ébano con taburetes tapizados en terciopelo rojo, iluminación suficiente para verse las caras a tres metros de distancia y rincones para hablar en la intimidad.

Yo era un chaval entrado en años, delgado, con bigote y cara guardia civil, pero también de etarra, de no ser por mi acento andaluz. Después de una cena y de vuelta al Hotel, nuestro anfitrión, decidió hacer una parada en la “Taberna del Ron”, un local cuidado con gusto añejo, mobiliario de madera colonial, estanterías llenas de botellas de rones especiales, vitrinas y carteles antiguos. Actualmente el local se llama “la Compañía del Ron” y en la que en estos días además sirven pintxos. Sobre su barra de madera y a ambos lados de la misma, dos grandes cubiteras como dos macetones llenos refrescos y vinos, que te animaban a probar aquellos destilados de la Martinica, el caribe y las Antillas. Éramos tres, nuestro anfitrión bilbaíno y dos reumatólogos andaluces, de los cuales yo era el más joven.

Pasé al local, mirando por doquier, arriba y abajo, a un lado y al otro, recreándome en su decoración, mientras nuestro cicerone nos explicaba detalles del local y de su historia. Tras una explicación roncera por parte de nuestra guía, este me preguntó sobre lo que deseaba tomar. Estuve en la duda de entre un Larios Cola o uno de aquellos rones desconocidos para mí. Afortunadamente y sin saber lo que ocurriría opté por un ron, que yo mismo pedí al camarero situado tras la barra, señalándole el ron que había elegido.

Para nuestra sorpresa, aquel camarero vasco con cara de pocos amigos me decía sin disculpas, que no podía servirme, pues no le quedaba hielo. Nos miramos los tres, y quede callado por segundos, cuando mi anfitrión como si no hubiera escuchado nada, pidió su bebida favorita: Licor de manzana verde sin alcohol. Pero mi compañero granaino, con la mala follá que le caracteriza, dándose cuenta de lo que allí pasaba, dio una fuerte palmada sobre la barra, soltando: “Antes que me sirva usted a mí un Laríos-Cola, le va a poner al Capitán Ponce, lo que le ha pedido; pues de otra manera se va a quedar usted más frio que el hielo que le falta”. Aquello afortunadamente, se resolvió por las buenas y dio conversación mientras nos encaminábamos al Ercilla y el temor que nos confundieran en su discoteca con camaradas de Amedo y Dominguez.

Las experiencias que se tienen a esta edad, o se olvidan o se quedan grabadas en la memoria, para siempre. Guardo buen recuerdo de aquellos días, y añoranza por mi bigote, pero he aprendido que un bigote en Bilbao no es lo mismo que en Torremolinos. En el Botxo te puede amargar la noche y en la Costa del Sol te  invitan a copas y almendritas, pensando que pudieras ser de la secreta.

El Bilbao que he vivido en estos días, es una ciudad ejemplo de transformación urbanística, con una cocina enfocada al producto natural, de temporada y alto nivel culinario, y gente hospitalaria y orgullosa de ser de bilbaína. Espero que el futuro me depare nuevas visitas, aunque para ello tenga que rasurarme mi ya mostachón plateado.