María es una paciente de 52 años, tiene dos hijos, uno de ellos con problemas de conducta y atención, lo que le supone una lucha diaria, estresores continuos y distorsión de cualquier actividad que realice, ya sea laboral, social o de esparcimiento lúdico con su marido.
Hace siete años, y a raíz del problema de su hijo, empezó con dolores generalizados, cansancio, alteraciones del sueño y la memoria, junto con una disminución de su autoestima y ánimo deprimido. Le han diagnosticado de fibromialgia (*).
(*) También ocurren en pacientes con: Hiperlaxitud de ligamentos, Disautonomia, Síndromes de Sensibilidad Central, Obesidad.
Le sigue su médico de familia, el Dr. Bordallo, un profesional serio, de pocas palabras y que sabe imponer su autoridad. No cree en la existencia de la enfermedad (*), piensa que todo está en su cabeza, que la fibromialgia “es un cajón de sastre o de desastre” y lo que le ocurre es debido a su escasa adaptación a los problemas que la vida le ha ido poniendo en su camino y a que “es muy hipocondríaca”.
En sus visitas, el Dr. Bordallo, evita sacar el tema de la fibromialgia, pues se encuentra incómodo con ella. La ve esporádicamente para la renovación de su tratamiento y para los pequeños problemas de salud del resto de su familia, de las que ella se encarga. No tiene un seguimiento de sus dolencias, tan solo el consejo terapéutico de que:
- “Tienes que aprender a vivir con el dolor”. “Échale ganas”, ¡ Tú puedes ¡
Remedio que le ha sido corroborado por otros médicos, con la bizarra expresión:
- Para lo que padece usted tan solo hay: “Ajo… y agua …”
María ha aceptado que la responsable de ese fracaso es ella, pero también considera que su médico le habla de lo que ha leído y entendido sobre la fibromialgia, pero no de ella, ni de la gente real.
Las teorías acerca de que las enfermedades son causadas por estados mentales y que pueden ser curadas con fuerza de voluntad del paciente que las padece, concretan todo lo que No comprendemos acerca de la enfermedad (Susan Sontag)
Ha fracasado a múltiples tratamientos (paracetamol, antinflamatorios, tramadol, pregabalina, antidepresivos, etc.), abandonándolos por ineficacia o efectos secundarios.
Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes (A. Einstein)
Sus quejas continuas de dolor, han hecho que la deriven al reumatólogo. Una visita puntual, en la que a pesar de saber que no tendrá un seguimiento de su enfermedad, acude esperanzada. Le ha atendido una doctora de unos 40 años, con cara de señorita Rottenmeier. Ni siquiera se ha presentado. Desde el primer momento, ha dirigido la entrevista, sin dejarla hablar. Le ha hecho comentarios fuera de lugar y bastante desagradables, pues considera que su consulta podía haber sido dirigida a Salud Mental.
Con énfasis y pedantería le ha dicho que: “Dado el tratamiento que recibe actualmente con Tramadol, no considera escalar a opioides mayores por sus consecuencias y efectos secundarios.
Ella, antes de finalizar la entrevista, ha perdido los nervios y, a medio llorar, ha terminado exponiéndole su malestar por sus insinuaciones y comentarios, por el cuestionamiento constante de lo que le ocurre y culpabilizándola de ello.
Está harta de acudir a consultas de psiquiatras que estén constantemente cambiándole la medicación y poniéndole como una loca: “Venía esperanzada en que usted como reumatóloga me equilibre mínimamente la medicación para poder vivir con un mínimo de calidad de vida”.
La moral en medicina nos debe servir para ser cada vez más justos con los pacientes y no sus jueces. De no ser así nos convertimos en empresarios morales. (Friedman)
Una historia cotidiana de una Medicina ciega de su propio fracaso. Cuando la Medicina fracasa, lo mejor es culpabilizar al paciente.
Esta historia se repite en otras parcelas de la Medicina, en las que la enfermedad se encuentra relacionada con factores de riesgo que ha querido asumir el paciente: tabaco-cáncer de pulmón, inmoderación en el comer y beber-gota, promiscuidad y sexo-SIDA, excesos y sedentarismo-obesidad, poco empeño en mejorarse y distimia-fibromialgia.
En todas ellas, creo oportuno advertir a los pacientes de los riesgos de sus hábitos tienen para su salud. Sin embargo, culpar al enfermo cuando tiene la enfermedad significaría negarle atención precisamente cuando más la necesita.
¿Debemos condenar directamente a la víctima, culpándola siempre o, por el contrario, dedicar toda nuestra atención a cada paciente, sin considerar la influencia que su conducta pueda haber jugado en sus males?
¿Cuál es el objetivo del médico? ¿Determinar el grado de culpabilidad del enfermo en su enfermedad? o ¿Fomentar la salud, tratar la enfermedad y aliviar el sufrimiento?
Si bien, la fuerza de voluntad es un recurso importante a la hora de seguir un tratamiento, implica un esfuerzo tremendo, imposible de sostener por mucho tiempo. Hoy sabemos que:
- Muchos obesos que siguen una dieta hipocalórica estricta y hacen ejercicio no llegan a adelgazar a pesar de su voluntad.
- Que la causa de un resfriado no es debida a un descuido en abrigarse.
- Y que las dificultades para la vuelta a la normalidad de un paciente con fibromialgia son debidas a sus malos mecanismos adaptativos.
Sin embargo se les sigue culpando. No solo por haberse hecho enfermos a sí mismos, sino además, por fracasar a la hora de curarse. La culpa no es del médico, sino de ellos.
Y es que: Los juicios morales son un veneno en la Medicina.
Al igual que los médicos han hecho fama de su mala letra. Los futuros médicos deberían de aspirar a que se les asocie como seña de identidad, unas refinadas dotes de comunicación con el paciente a través de las cuales sea posible entender el significado y las implicaciones que tiene la enfermedad para los mismos.
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