Un buen hijo es un don del cielo y, un buen padre…. ¿Qué es un buen padre?.
Un crédulo conocido mío, pensaba que para ser PADRE y, tener libro de familia, tenías que aprobar una formación profesional muy estricta, que incluía clases prácticas del Kamasutra y el Anangaranga. Al no encontrar academia, siguió el “Camino”, y aunque vive en un matriarcado, hoy tiene una familia numerosa en su grado especial.
Su situación tiene inconvenientes, pero no me caben dudas, que ser padre de tan numeroso clan, te permite prolongarte en el tiempo, y continuar perfeccionándote en el hábito de la generosidad.
Ya qué, no se es padre, por haberlos engendrado, sino por darles de vivir. Es la generosidad más que la sangre, lo que hace padre a un hombre.
Conozco padres modélicos, que no han engendrado a sus hijos, sino que los han adoptado. Padres, cuyos hijos se los presentó su pareja separada a la que se unieron.
Padres, que quisieron crecer a través de una familia monoparental y encargaron un hijo a una gestante subrogada y, padres polígamos, que tienen hijos que no conocen.
Igualmente, existen muchos arquetipos de padres: El que imita al antiguo cazador, dedicado sólo a la intendencia; el rey mago, que viene una vez al año, pero cargado de regalos; el supuesto amigo de sus hijos, que empieza a actuar como padre cuando los hijos son ya demasiado mayores; el de la autoridad suprema, que remunera de acuerdo con las declaraciones de la madre, el ”supercalifragilisticoexpialidoso” que contrata a Mary Poppins para que inculquen a sus hijos los valores, que ellos no saben dar. Padres igualitarios, que hacen a la vez de madres, para que les recuerden dos días al año. Papá “palomo”, que sueña tener huevos de águila; padres que quieren realizarse a través de sus hijos, aspirando a que sus hijos lleguen a las cotas que ellos mismo no han conseguido.
Cada uno con su condición, dan vida a la vida. Porque, independientemente de cualquier modelo paterno y las circunstancias que han hecho que cada uno de nosotros seamos padres; ser padre es la excusa que nos da la sangre para invertir en nuestros hijos. Una colaboración más, de las muchas necesarias para el resultado de sus vidas.
Salvo los monárquicos que buscan los hijos, para trasmitir su legado, los hijos se pueden tener: sin pensarlos ni buscarlos; por instinto, por genitalidad, por amor, o varias de estas posibilidades a la vez. No se dan cursillos, sé es padre, sin preparación previa, solo es necesario una trivial disposición y disfrutar inicialmente de las labores del encargo.
Patriarcas desengañados, dicen por su boca chica: que de haberlo sabido, hubieran optado por ser deshijados. Y es que la profesión de padre es ingrata y mal pagada: Abierto 24 horas, plena dedicación, sin vacaciones, sin retiros, sin pagas de pensión. Sólo con la esperanza de que un día caiga el hijo en la cuenta, y que ese día sea un poco antes a la de su muerte.
Nuestros hijos son únicos, y nosotros como padres también; pero el oleaje ingrato del mar de los años que hay entre unos y otros, se mueve en cada ocasión de desigual manera… un quehacer de conciliación y adaptación diario, cambios, mudanzas, entregas anchas o menudas, regateos, por las dos partes, o por las tres, porque la madre también hace que suba o baje la marea. Somos el frontón donde primero se miden los hijos, el dinamómetro donde comprueban su fuerza, el contrincante previo a los que tendrán en la sociedad donde vivan, el primer objeto de admiración y de aversión de los hijos.
Pero eso, es harina de otro costal…