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TOLEDO, DEL ROSA AL AMARILLO

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Hacía tiempo que no venía a la ciudad de las tres culturas. Tanto que, durante este periodo se ha construido un Palacio de Congresos, en donde celebramos el Simposio.

Cuando se re-visitan las ciudades, es frecuente verlas de forma distinta, en ello puede influir: la transformación urbanística de cualquier ciudad tiene con el paso de los años, y la propia evolución personal que provoca en nosotros la rozadura del tiempo. Aun así: Antes y ahora, Toledo siempre fue una ciudad prudente y sin excesos, incomedida tan solo en su monumentalidad histórica, que es patrimonio de la humanidad.

Su casco urbano intrincado, hace que sus gentes gocen de buenas nalgas. Mi primo, “el cojollero”, dio buena cuenta de ello durante su milicia en la Academia de Infantería de esta ciudad. En el actual, Paseo del Miradero, y al borde de la muralla, donde actualmente se encuentra el Palacio de Congresos el Greco, hace tiempo, la juventud y las milicias se divertían en unas galerías con bares y discotecas situadas en el mismo lugar. El tiempo que todo lo transforma, ha transformado un lugar de fiesta y verbena donde los muchachos se divertían, en un espacio donde machuchos congresistas, debaten sobre los jakinibs, ACPA, y tofa, dando así conformidad al conocimiento que previamente han intelígido.

El Hotel el Greco, es coqueto en su estética manchega, aunque no es alargado como la pintura del artista. Situado en el mismo casco histórico de la ciudad, me permite ir andando hasta el congreso por sus calles adoquinadas. Damasquinados, espadas, armaduras y anguilas de mazapán por cualquier paseo de la vía pública, una ciudad volcada en el forastero. El toledano es amable y tolerante, se paran y te acompañan si es menester. Para el visitante debilitado, “24 alfileres”, es un restaurante atractivo, planta baja y dos superiores, en torno a un ojo de patio, sobre la que se disponen las mesas en las plantas uno y dos, que recuerda a versión moderna del corral de comedias de Almagro. Si quieres sorprender a quién te acompaña, vete a “La Hermita”, sus vistas de Toledo desde el Tajo serán motivo de comentario.

Me he despedido de Toledo, como un senderista con abrigo, tirando de mi trolleys. Desde el Palacio de Congreso a la estación hay una caminata que incluye: Un paseo con bajada por una escalera mecánica escavadas en la roca, que se adapta al contorno de la ladera de la montaña, para cruzar el Tajo con poca agua, por el Puente de Azarquiel (musulmán toledano de ojos azules que trabajó como herrero y astrónomo) desde donde ya veo La torre del reloj de la estación neo-mudéjar de ferrocarril. Sus celosías, mosaicos y orfebrería me distraen, y a punto estoy de no poder realizar el cambio de billete. Mientras regreso en tren, me retrotraigo a mi anterior visita hace años, y el acierto de haber vuelto de nuevo a Toledo. Dice un lema que: Toledo es una ciudad de leyenda y díganme, si este paso del rosa al amarillo que les narro no lo ha sido.

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